Canción de Palmarejo
Allí donde está tu tesoro
está también tu corazón.
--Kempis
Palmarejo es un barrio de Lajas.
A su disperso caserío lo une y lo separan caminos vecinales veredas y tropicales. Bajo cuyos pelos de alambre se pasean orondas gallinas cluecas, meneando su derriere como cuadra a satisfechas abuelas zapatonas. Del fogón donde juntan candela sale un humo que se aleja y se pierde en el cielo. Y uno siempre se acuerda de Lloren y de aquel maternal pañuelo.
Al igual que en innumerables pueblos y campos de Puerto Rico, Palmarejo posee un equipo de beisbol de clasificación A. Para conseguir los utensilios necesarios de uniformes, bates, bolas y guantes es menester hacer más maromas que en el circo Barnum y cuando falta un peto, una careta o una trocha no hay comerciante de víveres que no reciba el fajazo de una petición plañidera. De ojos aguados.
El equipo es del pueblo. Y el pueblo es el equipo. Los domingos y días feriados se congrega la comunidad en el pequeño para que para alentar a sus ídolos, poblando las tribunas de tantos árbitros aficionados como entusiastas hay. Es un entusiasmo infantil parroquial y de la mas sana y más santa alegría en cada fanático se identifica con los altibajos de la contienda. Empujando el batazo amigo. Y haciendo pifiar al fildeador enemigo.
Ángel Carlos Acosta Marty heredó el equipo de un pariente suyo. Buena gente y dueño de una panadería por mas señas. Un esforzado paladín que usaba su guagüita batalladora —con cara de malas noches— para repartir el pan, las galletas y peloteros a su ida y regreso de los juegos. Cuando ya no pudo mas, Ángel Carlos se hizo cargo. Que podía menos. De su trabajo con Obras Publicas sacó retazos de tiempo y de su carro público retazos de dinero para mantener la franquicia. Movió y mueve cielos y tierra para que nada le falte a sus amados Tigres. Que son su tesoro. Y, por ende, su corazón.
No fuma. Pero el uniforme que tiene se lo chupa hasta el cabo. Hasta la última rosca del tornillo. Las bolas que son desperdicios de equipo profesional les da un tratamiento con perlina y talco y las pone nuevas. Recapea mascotas y trochas. Se le conoce en la cara cuando se le rompen los bates porque pone una cara especial. Con la marca Louisville de frente.
Después de años y años de casi estéril batallar, este año ganó la sección regional. Del tiro —y un flamante uniforme que le donara el Banco Popular en los colores “rouge et noir” de los Leones— los Tigres empezaron a dar dentelladas a diestro y siniestro. Se llevaron trece partidos antes de sucumbir frente a Naguabo en Salinas el domingo antepasado. Para clasificar por el campeonato estatal el domingo en Juana Díaz. Si perdían los dos, se eliminaban. Si dividían, había triple empate. Si ganaban los dos... fuego a la lata. Y a Lajas.
A ultima hora, el Ejercito llamo a sus filas a Eliel Pérez Pagán, tercera base regular. Para conseguir ese pase dominical se unieron todos los Signos del Zodíaco en conjunción de Marte y Venus y una estrellita-calle por la izquierda. Y fue Eliel el que arremetió tremendo jonrón ganador en el vespertino dominical en Juana Díaz para ganar Palmarejo su primera Serie Mundial Clase A. Lo vieron todos los lajeños porque el pueblo quedó desierto ese día. Al igual que Patillas, el perdedor en esa Jornada. Donde usaron inútilmente un pitcher "que había ganado más juegos corridos que Whitey Ford”. Porque se enfrentó al zurdo Castillo, que subió su cadena de ceros corridos a una mayor que la de Whitey Ford en Serie Mundial. Y la de Carl Hubbell en serie regular.
Sus gallinas cluecas siguen paseándose orondas y meneando derriere como cuadra a satisfechas abuelas zapatonas. El humo del fogón se aleja y se pierde en el cielo. Y queda siempre el recuerdo de aquel maternal pañuelo.
Solo que esta vez turba la calma arcadiana el gallo espuelero de vistosa pluma con las estrías sinuosas de felino Tigre en acecho.
Y es que Palmarejo es hoy la capital del beisbol clase A de Puerto Rico. Más dulce que sus piñas cabezonas y pan de azúcar. Más remanso que la acuarela de la Parguera. Más brumas, lejanías y horizontes que la propia imponente majestad de ese regalo a los ojos que la hace a los humanos la Madre Naturaleza en el Valle de Lajas.
A su disperso caserío lo une y lo separan caminos vecinales veredas y tropicales. Bajo cuyos pelos de alambre se pasean orondas gallinas cluecas, meneando su derriere como cuadra a satisfechas abuelas zapatonas. Del fogón donde juntan candela sale un humo que se aleja y se pierde en el cielo. Y uno siempre se acuerda de Lloren y de aquel maternal pañuelo.
Al igual que en innumerables pueblos y campos de Puerto Rico, Palmarejo posee un equipo de beisbol de clasificación A. Para conseguir los utensilios necesarios de uniformes, bates, bolas y guantes es menester hacer más maromas que en el circo Barnum y cuando falta un peto, una careta o una trocha no hay comerciante de víveres que no reciba el fajazo de una petición plañidera. De ojos aguados.
El equipo es del pueblo. Y el pueblo es el equipo. Los domingos y días feriados se congrega la comunidad en el pequeño para que para alentar a sus ídolos, poblando las tribunas de tantos árbitros aficionados como entusiastas hay. Es un entusiasmo infantil parroquial y de la mas sana y más santa alegría en cada fanático se identifica con los altibajos de la contienda. Empujando el batazo amigo. Y haciendo pifiar al fildeador enemigo.
Ángel Carlos Acosta Marty heredó el equipo de un pariente suyo. Buena gente y dueño de una panadería por mas señas. Un esforzado paladín que usaba su guagüita batalladora —con cara de malas noches— para repartir el pan, las galletas y peloteros a su ida y regreso de los juegos. Cuando ya no pudo mas, Ángel Carlos se hizo cargo. Que podía menos. De su trabajo con Obras Publicas sacó retazos de tiempo y de su carro público retazos de dinero para mantener la franquicia. Movió y mueve cielos y tierra para que nada le falte a sus amados Tigres. Que son su tesoro. Y, por ende, su corazón.
No fuma. Pero el uniforme que tiene se lo chupa hasta el cabo. Hasta la última rosca del tornillo. Las bolas que son desperdicios de equipo profesional les da un tratamiento con perlina y talco y las pone nuevas. Recapea mascotas y trochas. Se le conoce en la cara cuando se le rompen los bates porque pone una cara especial. Con la marca Louisville de frente.
Después de años y años de casi estéril batallar, este año ganó la sección regional. Del tiro —y un flamante uniforme que le donara el Banco Popular en los colores “rouge et noir” de los Leones— los Tigres empezaron a dar dentelladas a diestro y siniestro. Se llevaron trece partidos antes de sucumbir frente a Naguabo en Salinas el domingo antepasado. Para clasificar por el campeonato estatal el domingo en Juana Díaz. Si perdían los dos, se eliminaban. Si dividían, había triple empate. Si ganaban los dos... fuego a la lata. Y a Lajas.
A ultima hora, el Ejercito llamo a sus filas a Eliel Pérez Pagán, tercera base regular. Para conseguir ese pase dominical se unieron todos los Signos del Zodíaco en conjunción de Marte y Venus y una estrellita-calle por la izquierda. Y fue Eliel el que arremetió tremendo jonrón ganador en el vespertino dominical en Juana Díaz para ganar Palmarejo su primera Serie Mundial Clase A. Lo vieron todos los lajeños porque el pueblo quedó desierto ese día. Al igual que Patillas, el perdedor en esa Jornada. Donde usaron inútilmente un pitcher "que había ganado más juegos corridos que Whitey Ford”. Porque se enfrentó al zurdo Castillo, que subió su cadena de ceros corridos a una mayor que la de Whitey Ford en Serie Mundial. Y la de Carl Hubbell en serie regular.
Sus gallinas cluecas siguen paseándose orondas y meneando derriere como cuadra a satisfechas abuelas zapatonas. El humo del fogón se aleja y se pierde en el cielo. Y queda siempre el recuerdo de aquel maternal pañuelo.
Solo que esta vez turba la calma arcadiana el gallo espuelero de vistosa pluma con las estrías sinuosas de felino Tigre en acecho.
Y es que Palmarejo es hoy la capital del beisbol clase A de Puerto Rico. Más dulce que sus piñas cabezonas y pan de azúcar. Más remanso que la acuarela de la Parguera. Más brumas, lejanías y horizontes que la propia imponente majestad de ese regalo a los ojos que la hace a los humanos la Madre Naturaleza en el Valle de Lajas.
🗞Rafael Pont Flores
El Deporte en Broma y en Serio
Periódico El Mundo
San Juan, PR
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San Juan, PR
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